Domingo 11 de agosto, 1996
AURELIA DOBLES
El francés Denis Roy es uno de los puntales del Festival Internacional de Música
Cierta vez, sobre una almohada lejana en la región de Cognac, Francia, un pequeño niño soñaba con tortugas que subían a las paredes blancas de una casa grande a la orilla de un mar del trópico. Era un sueño recurrente.
Sucedió, como suele suceder, que el niño estiróse en hombre, y el sueño quedó guardado en los confines de la infancia hasta que, al cabo de muchas rotaciones de la Tierra, una tortuga se volvió a mirarlo a la vera de un camino, a la entrada de un predio, y al instante el hombre sintió cuajar la premonición.
Denis Roy decidió que allí, en esa colina con cuatro frentes hacia el mar, adonde lo llevó la huella de la tortuga fortuita -a miles de kilómetros y océano de por medio de su patria-, él construiría una gran casa abierta para los amigos, síntesis del proyecto de la segunda mitad de su vida, y, como aprendió en su vida de la primera mitad, solo el bien estar (así, en dos palabras) ameritaría el esfuerzo.
Este francés, dueño y señor del Hotel Villa Caletas, es uno de los puntales del Festival Internacional de Música, que se realiza en nuestro país en estos días, y un hombre cuya cultura se forjó de modo fascinante.
París, París...y los países árabes
Roy proviene de una familia de agricultores, aunque su padre se dedicó a la mecánica. El hijo se alejaría aún más en su quehacer, pero conservando el amor por la naturaleza.
Por largo tiempo, París fue la punta de la flecha que lo lanzaría al mundo. Cuando pisó por primera vez la Ciudad Luz, Denis ya había estudiado hotelería en Bordeaux.
"Mi primera meta era salir de la casa de mis padres con 100 dólares y jamás tener que pedirles dinero", cuenta este hombre delgado, de rasgos finos, con su indiscutible acento francés.
"París es... París: la ciudad más increíble del mundo, la más bella -complicada también, a veces-. Cuando uno tiene veinte años está fascinado con la idea de vivir en París... Si uno sale de una familia de clase media es lindísimo superarse, poniendo el mundo en sus brazos, y París es el corazón del mundo."
Denis viró allí sus intereses y estudió arquitectura de interiores, trabajando al mismo tiempo en una boutique de lujo de muebles y decoración.
"Tuve la suerte de entrar en una de las tiendas de decoración más grandes de París: Architectural Gallery." Avanzando en la empresa, llegó a ser director y luego gerente general.
En esa época creció intensamente merced a un trabajo en equipo que lo llevó a los países árabes, donde los jeques querían sus palacios a la manera versallesca. De ese modo, conoció la forma de ser y de vivir de países como Arabia Saudí, Katar, Egipto y Marruecos, pero también Gran Bretaña, Italia y Alemania.
"Esos años fueron determinantes, un empujón para mi personalidad: aprendí a enfrentarme a los deseos de clientes para quienes los límites no existen..."
Más tarde se dedicó a una empresa más pequeña, pero donde gozaba de mayor libertad. "Fue otra experiencia, pues la clientela era distinta, más difícil y precisa, con mejor gusto."
El descubrimiento
Con los ojos destilando mundanidad, ¿cómo hizo para descubrir Costa Rica?
Su amigo y socio, José Molleda, quien estudió psicología en la Sorbona, le presentó a nuestro país. Varias visitas le fueron abriendo el pequeño mapa.
"Aprendí a descubrir la sensación de libertad, la naturaleza, el encanto de no tener el peso de una ciudad muy grande. Fue un placer descubrir este país con tanto cariño en su manera de recibir."
Luego de un viaje por la India, Denis consideró que, ya próximo a los 40 años, sería interesante un cambio de rumbo.
"Yo había llenado mi vida de trabajo, de placer, de viajes por el mundo, pero quería despedirme del viejo continente."
La idea era comprar un terreno, y esto tomó su tiempo viendo opciones por toda Costa Rica, hasta la señal premonitoria de la tortuga, precisamente a la entrada de lo que es hoy el Hotel Villa Caletas.
Aquella colina pedregosa se destinaba a las vacas, desdeñosas del grandioso panorama; pero Denis vislumbró atardeceres y placeres. "Yo quería hacer una casa de amigos, donde pudieran venir a soñar como yo, a descansar, a disfrutar de la naturaleza. Sin embargo, tener una casa así es muy costoso. La única posibilidad era transformarla en un hotel, para que los amigos participaran de los gastos de operación de ese sueño."
La tierra elegida no tenía agua, electricidad ni calle; además, empezar una construcción en plenas lluvias, fue tremendo para alguien que salía de Le Marais, el barrio más antiguo de París. El diseño de Caletas, con todos sus detalles, es obra de Roy: estilo tropical victoriano, mezcla de la corriente europea con el Caribe, presente la influencia oriental.
Poco a poco, con el presupuesto sobregirado en dos veces y media el cálculo inicial, surgió la primera etapa con la casa principal y las ocho primeras habitaciones. Hoy consta, además, de las villas y del anfiteatro, resumen de su amor por las artes y la naturaleza.
El anfiteatro griego
Las columnas helénicas, con el mar de fondo, son la apoteosis del paisaje en Villa Caletas. En ese escenario al aire libre se puede esperar cualquier milagro.
"Desde el principio de la construcción descubrí que los atardeceres en Caletas y el silencio de la selva en ese momento preciso, eran una fuerte sensación del poderío de la naturaleza sobre el hombre." Entonces Denis quiso agregarle el contrapunto de la música. Él había trabajado también como asistente en dos festivales de música en la Provence (en dos ciudades antiguas del Midi francés: Vaison La Romaine y Carpentras). "Repetir esa experiencia en Costa Rica fue un deseo".
No tardó el encuentro con Jordi Antich y los organizadores del Festival Internacional de Música: hace cuatro años, el Caletas es uno de los anfitriones de este acontecimiento artístico.
En el futuro, estos espicúreos planean realizar, paralelo al de música, un festival de gastronomía: música del menú o menú de la música, armonizando junto a los manjares, épocas, estilos y nacionalidades.
AURELIA DOBLES
El francés Denis Roy es uno de los puntales del Festival Internacional de Música
Cierta vez, sobre una almohada lejana en la región de Cognac, Francia, un pequeño niño soñaba con tortugas que subían a las paredes blancas de una casa grande a la orilla de un mar del trópico. Era un sueño recurrente.
Sucedió, como suele suceder, que el niño estiróse en hombre, y el sueño quedó guardado en los confines de la infancia hasta que, al cabo de muchas rotaciones de la Tierra, una tortuga se volvió a mirarlo a la vera de un camino, a la entrada de un predio, y al instante el hombre sintió cuajar la premonición.
Denis Roy decidió que allí, en esa colina con cuatro frentes hacia el mar, adonde lo llevó la huella de la tortuga fortuita -a miles de kilómetros y océano de por medio de su patria-, él construiría una gran casa abierta para los amigos, síntesis del proyecto de la segunda mitad de su vida, y, como aprendió en su vida de la primera mitad, solo el bien estar (así, en dos palabras) ameritaría el esfuerzo.
Este francés, dueño y señor del Hotel Villa Caletas, es uno de los puntales del Festival Internacional de Música, que se realiza en nuestro país en estos días, y un hombre cuya cultura se forjó de modo fascinante.
París, París...y los países árabes
Roy proviene de una familia de agricultores, aunque su padre se dedicó a la mecánica. El hijo se alejaría aún más en su quehacer, pero conservando el amor por la naturaleza.
Por largo tiempo, París fue la punta de la flecha que lo lanzaría al mundo. Cuando pisó por primera vez la Ciudad Luz, Denis ya había estudiado hotelería en Bordeaux.
"Mi primera meta era salir de la casa de mis padres con 100 dólares y jamás tener que pedirles dinero", cuenta este hombre delgado, de rasgos finos, con su indiscutible acento francés.
"París es... París: la ciudad más increíble del mundo, la más bella -complicada también, a veces-. Cuando uno tiene veinte años está fascinado con la idea de vivir en París... Si uno sale de una familia de clase media es lindísimo superarse, poniendo el mundo en sus brazos, y París es el corazón del mundo."
Denis viró allí sus intereses y estudió arquitectura de interiores, trabajando al mismo tiempo en una boutique de lujo de muebles y decoración.
"Tuve la suerte de entrar en una de las tiendas de decoración más grandes de París: Architectural Gallery." Avanzando en la empresa, llegó a ser director y luego gerente general.
En esa época creció intensamente merced a un trabajo en equipo que lo llevó a los países árabes, donde los jeques querían sus palacios a la manera versallesca. De ese modo, conoció la forma de ser y de vivir de países como Arabia Saudí, Katar, Egipto y Marruecos, pero también Gran Bretaña, Italia y Alemania.
"Esos años fueron determinantes, un empujón para mi personalidad: aprendí a enfrentarme a los deseos de clientes para quienes los límites no existen..."
Más tarde se dedicó a una empresa más pequeña, pero donde gozaba de mayor libertad. "Fue otra experiencia, pues la clientela era distinta, más difícil y precisa, con mejor gusto."
El descubrimiento
Con los ojos destilando mundanidad, ¿cómo hizo para descubrir Costa Rica?
Su amigo y socio, José Molleda, quien estudió psicología en la Sorbona, le presentó a nuestro país. Varias visitas le fueron abriendo el pequeño mapa.
"Aprendí a descubrir la sensación de libertad, la naturaleza, el encanto de no tener el peso de una ciudad muy grande. Fue un placer descubrir este país con tanto cariño en su manera de recibir."
Luego de un viaje por la India, Denis consideró que, ya próximo a los 40 años, sería interesante un cambio de rumbo.
"Yo había llenado mi vida de trabajo, de placer, de viajes por el mundo, pero quería despedirme del viejo continente."
La idea era comprar un terreno, y esto tomó su tiempo viendo opciones por toda Costa Rica, hasta la señal premonitoria de la tortuga, precisamente a la entrada de lo que es hoy el Hotel Villa Caletas.
Aquella colina pedregosa se destinaba a las vacas, desdeñosas del grandioso panorama; pero Denis vislumbró atardeceres y placeres. "Yo quería hacer una casa de amigos, donde pudieran venir a soñar como yo, a descansar, a disfrutar de la naturaleza. Sin embargo, tener una casa así es muy costoso. La única posibilidad era transformarla en un hotel, para que los amigos participaran de los gastos de operación de ese sueño."
La tierra elegida no tenía agua, electricidad ni calle; además, empezar una construcción en plenas lluvias, fue tremendo para alguien que salía de Le Marais, el barrio más antiguo de París. El diseño de Caletas, con todos sus detalles, es obra de Roy: estilo tropical victoriano, mezcla de la corriente europea con el Caribe, presente la influencia oriental.
Poco a poco, con el presupuesto sobregirado en dos veces y media el cálculo inicial, surgió la primera etapa con la casa principal y las ocho primeras habitaciones. Hoy consta, además, de las villas y del anfiteatro, resumen de su amor por las artes y la naturaleza.
El anfiteatro griego
Las columnas helénicas, con el mar de fondo, son la apoteosis del paisaje en Villa Caletas. En ese escenario al aire libre se puede esperar cualquier milagro.
"Desde el principio de la construcción descubrí que los atardeceres en Caletas y el silencio de la selva en ese momento preciso, eran una fuerte sensación del poderío de la naturaleza sobre el hombre." Entonces Denis quiso agregarle el contrapunto de la música. Él había trabajado también como asistente en dos festivales de música en la Provence (en dos ciudades antiguas del Midi francés: Vaison La Romaine y Carpentras). "Repetir esa experiencia en Costa Rica fue un deseo".
No tardó el encuentro con Jordi Antich y los organizadores del Festival Internacional de Música: hace cuatro años, el Caletas es uno de los anfitriones de este acontecimiento artístico.
En el futuro, estos espicúreos planean realizar, paralelo al de música, un festival de gastronomía: música del menú o menú de la música, armonizando junto a los manjares, épocas, estilos y nacionalidades.
No comments:
Post a Comment